NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE(DIA PRIMERO DEL 11 AL 19 DE SEPTIEMBRE)

La Novena fue publicada en 1886, y cuenta con la aprobación por parte del Obispado de León (Guanajuato, México).

NOVENA EN HONOR DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

Por la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN- PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Adorable salvador de nuestras almas! Ya no eres tú el Dios terrible que con voz de trueno hablabas a los hijos de Israel que temían morir: eres el Dios manso y benigno que nos hablas con la suavidad de la brisa, por medio de María tu Madre Virgen para convertirnos. ¡Con qué ternura y caridad nos reprendes!, pues a la vez que nos amenazas con el castigo, nos ofreces tu misericordia para que no perezcamos. Por tanto, humillados profundamente en tu presencia, escuchamos tus llamamientos y te pedimos perdón por nuestros pecados. Venga a nosotros tu misericordia antes que el rigor de tu justicia, y quedemos a ti convertidos, para que sirviéndote fielmente en nuestra vida, merezcamos amarte y bendecirte en el Cielo para siempre. Amén.
       
ORACIÓN INICIAL- PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Reina de las Vírgenes y Madre de Jesucristo! ¿Cómo es posible contemplarte en actitud de tristeza, sin que nuestra alma quede profundamente conmovida? ¿Cómo podremos verte contristada por nuestros pecados, sin arrepentirnos en lo íntimo de nuestro corazón? Tú lamentas las ofensas que hacemos a tu dulce Jesús, y como una Madre interesada por nuestro bien, quieres evitar nuestra perdición y nos haces escuchar tus avisos maternales. No queremos, pues, verte llorosa y afligida, ni ser más los crueles instrumentos de tu pena. Cese ya nuestra ingratitud, y muera en nosotros el pecado que detestamos con toda la fuerza de nuestras almas: Estos son tus deseos y a este fin te apareciste en la Salette como una celeste Misionera para predicarnos la penitencia y nuestra conversión a Dios. En tus manos, pues ponemos nuestra salvación. Recibe nuestro arrepentimiento y haz que nos sometamos fielmente a la ley de tu santísimo Hijo. Amén.

DÍA PRIMERO – 11 DE SEPTIEMBRE

El sábado 19 de septiembre de 1846, víspera de la fiesta de los dolores de María Santísima, que la santa Iglesia celebraba en la tercera domínica de este mes, los pastorcitos Maximino y Melania, el primero de once años de edad y la segunda de catorce años nueve meses, cuidaban sus vacas en un monte de los Alpes llamado la Salette, en Francia. Y he aquí que después de mediodía, vieron junto a una fuente seca una claridad más luciente que el sol, y en su centro una hermosa Señora, sentada en actitud de tristeza. Mientras los dos niños admiraban aquel portento, la Señora cruzando los brazos en forma misionera, se puso en pie y les dijo: “Avanzad hijos míos, no temáis; yo estoy aquí para contaros una gran novedad”. Los niños se acercaron a la vez que la radiante Señora avanzó hacia ellos; y colocada en medio de los dos les dijo llorando: “Si mi pueblo no quiere someterse, yo me veo forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado, que ya no puedo sostenerlo” (Relación de Maximino). He aquí las primeras palabras con que María comienza a desempeñar en favor nuestro una misión de paz y de clemencia. En medio de las tinieblas que nos cubren, de pecados, de falsas doctrinas y de impiedad, María como “estrella refulgente cuya claridad apacible ilumina la tierra, fomentando las virtudes y ahuyentando los vicios” (San Bernardo), viene en persona para indicarnos el camino que conduce al Cielo. 

Ella ve que olvidados de Dios hemos infringido su santa ley; que apegados al mundo nos hemos disipado y corrompido; y que en vez de trabajar por nuestra salvación, solo buscamos la vanidad y los placeres: y cuando ya estamos llenando la medida con tantos pecados, y la venganza divina está para caer sobre nosotros, María como por último recurso de su caridad, se digna anunciarnos el peligro en que estamos de perdernos, pidiéndonos con lágrimas, que nos sometamos a la ley de su santísimo Hijo; porque de lo contrario, se verá forzada a dejar caer aquel brazo vengador. Y no es que a María le falte poder ni compasión para convertir en clemencia la ira de Dios, sino que nuestra dureza y obstinación le atan las manos para sostener aquel peso formidable; porque cuando la divina Justicia es ofendida por el pecado y no se le quiere satisfacer por la penitencia, es necesario que sea vindicada por el castigo. ¿Vendrá éste sobre nosotros por nuestra pertinacia, a pesar de los esfuerzos que hace María para que lo evitemos? ¿Las lágrimas tan sentidas de este buena Madre, que han convertido en Francia a tantos pecadores, serán para nosotros de ningún interés? ¿Qué más puede hacer una madre cuando ve que su hijo va a ser castigado, sino avisarle que se humille y arrepienta para que evite el castigo? Pues esto es lo que María nos pide con llanto y gemidos. Correspondamos a nuestra buena Madre tanta fineza, y desagraviemos a su Santísimo Hijo con nuestra penitencia y mudanza de vida.
   
Rezar un Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.

ORACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO
¡Con qué sublimes encantos te presentas a nosotros, ¡oh María!, en forma de celeste misionera, para convertirnos a tu Divino Hijo Jesús! ¡Con qué dulcísima caridad nos amonestas para que evitemos el castigo y obremos nuestra salvación! ¿Y quién se resistirá a la eficacia de tus purísimas lágrimas virginales? ¡Oh María! Que estas lágrimas caigan sobre nosotros como el rocío sobre la tierra sin agua, como la lluvia sobre la campiña, como la llovizna sobre la grama, y queden nuestras almas convertidas al eco armonioso de tu saludable predicación, a fin de que, haciendo penitencia por nuestros pecados, desagraviemos, amemos y sirvamos a nuestro Señor Jesucristo. Amén.

GOZOS EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

¡Oh María! por tu inocencia
Y por tu llanto y dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

Dos inocentes pastores
De la Salette en la altura,
Te vieron, ¡oh Virgen pura!,
Entre vivos resplandores,
Y admiraron tu presencia
En actitud de dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

“¡Oh hijos míos!, avanzad”,
Les dijo tu voz doliente:
“Vengo a contaros clemente,
Una gran novedad”.
Y de tu llanto la fluencia
Reconviene al pecador:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

“Si no quiere obedecer
Mi pueblo la ley sagrada,
Yo me veré precisada
A dejarlo perecer.
¡Cuánto su mala conciencia
Carga el divino furor!”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

“¡Oh, si quisiérais creerlo!
El brazo de Dios airado
Es tan fuerte y tan pesado
Que no puedo sostenerlo.
Haced todos penitencia
Con temor y con temblor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

“Yo ruego en la eternidad
Por vuestro bien y salud;
Pero vuestra ingratitud
Se olvida de mi bondad
¡Ay! Vuestra fría indiferencia
Debe causaros pavor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“Del Domingo y día festivo
La profanación frecuente,
La blasfemia irreverente
Y la impiedad del altivo:
Esto carga con frecuencia
El brazo de mi Hacedor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“De los actos religiosos
Os burláis con artificio,
Y del Santo Sacrificio
Os olvidáis perezosos.
Ni el ayuno y la abstinencia
Queréis guardar con fervor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“Si os convertís a mi Dueño,
Os dará dicha cumplida,
Será feliz vuestra vida.
Y tranquilo vuestro sueño.
Pedid piedad e indulgencia
A vuestro Dios y Señor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
“Haréis saber esto vos
A mi rebaño, hijos míos:
Que abandone sus desvíos
Y se convierta a su Dios.
Tan bondadosa excelencia
Escuchará su clamor”:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
Dijiste; y en el momento,
Tus facciones escondiendo,
Fuiste desapareciendo
Como astro del firmamento.
Los dos niños en tu ausencia,
Dieron fe de tu primor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
La fuente que sin raudal
Tocó tu planta serena,
Hoy se mira de agua buena
Convertida en manantial.
Su frescura y trasparencia
Da la salud y vigor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.
   
Todo el mundo a ti ha venido
Como a su amparo y consuelo,
Porque a su voz se abre el Cielo
En favor del desvalido,
Y tú le prestas audiencia
Y le impartes tu favor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

Oh María, por tu inocencia
Y por tu llanto y dolor:
Misericordia y clemencia,
Madre del Divino amor.

ORACIÓN FINAL
Compungido nuestro corazón y conmovida nuestra alma por la filial confianza que tenemos en ti, ¡Oh Madre de Jesús!, imploramos tu auxilio para que nos reconcilies con Dios. A este fin te apareciste en la Salette derramando lágrimas por nuestra desgracia, y exhalando tiernos suspiros por nuestra eterna salud. Tú quieres que nos sometamos a la ley de Dios y de la santa Iglesia porque en ello estriba nuestra verdadera felicidad y el honor que se debe a tu Santísimo Hijo. Quieres que vivamos como verdaderos cristianos; que no nos olvidemos de tus piedades; que nos acojamos a tu dulce protección. Por tanto, venimos hoy a tus plantas, ¡oh María!, atraídos por tus finezas y por tu amor. Favorécenos contra el azote de la divina justicia, y haz que obtengamos los saludables efectos de tu misión sublime. Queden grabadas en lo íntimo de nuestra alma tus sentidas quejas para corresponder a tus deseos, temamos los castigos de Dios y obedezcamos su santa ley; confiemos en tus promesas para animarnos a practicar el bien. ¡Oh hermosa Misionera!, dígnate bendecirnos con la imagen de Jesús crucificado que traes sobre tu pecho para que convertidos a Dios, por tu medio consigamos la perseverancia final y la eterna salvación. Amén.

En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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